lunes, 5 de octubre de 2009

Capitulo I :Del Intento de Suicidio masivo en el Teide nace una secta

La mente humana todo lo puede, hasta llevar sobre si el peso de la muerte sin sentir remordimientos. Apenas habían pasado los primeros ocho días del año y allí estaba la muerte siendo llamada, clamada por mentes necesitadas de ser atrapadas, mentes confundidas.

 La muerte ese día llevaba grandes alas sórdidas, negras pero también con otros colores según se le mirase, alas malditas, ubícuas, que sobrevolaban el valle de la Orotava, las playas de Puerto la Cruz y toda la isla de Tenerife. Cuentan los vecinos de las islas Canarias cercanas haberla visto pasar perseverante y terca, rehusada a regresar sin sus muertos de turno, sin sus ojos cerrados con cualquier tono de color pero carentes de brillo.

 Desde temprano en la mañana rondaba las calles y en acecho constante se elevaba una y otra vez hasta el cráter del volcán Teide, como quien organizara subirse a lo más alto de toda España para lanzarse en picada en busca de sus cuerpos.  Al caer, cortaba indetenible los restos de vientos alisios cargados de negritud continental que lograban llegar al sur de la isla tras haber arrojado sus cargas de agua sobre el verdor reluciente del norte, dejando una sensación tenebrosa en el ambiente que percibían mejor los animales.

 La muerte entró esa mañana en casa de torcedores, comerciantes y estudiantes, niños y mujeres en casa, se deleitó mirando a los ojos de fumadores y borrachos empedernidos pronosticando un encuentro cercano, examinó a temerarios corredores de autos y policías de servicio, inquirió en la sede de la hermandad de costureras de Tenerife, a saber si por los años allí reunidos  y en el hospital municipal, esquivó el cementerio de Vilaflor y no se detuvo hasta llegar a la casa de san agustin y bertin donde la psicóloga alemana Helen Kaunmam, reunida con treinta y dos personas la invocaban desde hacía meses.

 Allí estaban reunidos  niños y mujeres, con sus hombres, sentados en un tenebroso círculo de  miedo y silencio y ordenados por familia sobre unos sencillos muebles de encina. La jefa de la secta debe haberse percatado en ese segundo que la muerte suele aparecer por sí sola, y fracasa alguna vez, pero si se le llama, no pierde oportunidad. Nunca se supo que se conversaba en aquella cena de despedida.

 Justo a  las seis y un cuarto de hora de la tarde del ocho de enero de mil novecientos noventa y ocho, los integrantes del servicio de atención al grupo de sectas irrumpieron con las armas automáticas en la mano en el pequeño apartamento blanco, blaquísimo, que convenientemente empotrado en un edificio pequeño de la solitaria calle de san bertin, parecía un lugar bien seleccionado para el olvido. Todo trataba de lucir claro en el local,  mas claro que la propia luz. Los muebles sin uso revestidos de sábanas blancas, paredes de colores claros, mucha luz artificial tratando de agrandar los espacios o sustituir la luz natural escasa a esa hora.  En el centro del local una habitación acondicionada para treinta y cuatro personas. 

Un símbolo rúnico era la única decoración en todo el espacio acompañado de un destello de color rojo contrastante que salía de una lámpara acondionada para que allí acabara su haz de luz. Alguna fascinación provocaba porque una vez requisada la casa, los investigadores comprobaron que el mismo símbolo estaba impregnado en el fondo de cada uno de los platos que se usaban en la cena, que dos horas después, entre flashes de los peritos, yacían intactos  y rebozados de comida alemana tradicional.

 Nada quedó a la improvisación en esa velada. Los hombres y mujeres lucían adecuados vestuarios, cómodos y elegantes y los escasos niños arrastraban cada cual el juguete preferido, como quien no quiere iniciar un largo viaje sin lo más apreciado a su edad. Copas y cubiertos lustrados, manteles y servilletas le daban un toque de distinción a la última cena.

 Los operativos policiales rodearon la mesa, nadie se movió, nadie protestó, dando una sensación de fotografía. En solo segundos  pareciera que el tiempo se detuvo. En una orquestada coreografía todos miraron a la punta de la mesa en busca de autorización para romper la  inacción.

 ▬¿Doctora Helen kaunmam?▬ inquirió el jefe del operativo policial dirigiendose a la persona indicada y sin esperar confirmación casi▬,queda usted detenida por intento de suicidio y exortación a la secta.

 En apenas minutos quedaban detenidos   la doctora y sus treinta y dos seguidores allí presentes. Los mismos que en su alma solo escuchaban llanto y que jamás podrían entender lo que se avecinaba: nubarrones de dudas, críticas de la familia, deseperanza y hasta la incertidumbre. Mientras la mente andaba conquistada por tales designios no preguntaban ni por aquellos que más quieren y hasta parecía una verdad, que una vez sacrificados ese día  a las ocho de la noche sus cuerpos serían recogidos en el crater del Teide para emprender una nueva vida.

 Los ojos de casi sesenta años de la doctora solo reconocerían allí y en lo sucesivo su identidad, más nunca los cargos imputados. Los ojos del joven investigador no dejaban de escrutar dos asientos que permanecían vacíos y la pulcritud mágica del lugar.

Quienes parten al encuentro de la muerte por desgaste de las neuronas y dejan detrás una vida segura, generalmente suelen partir después del silencio. “A lo mejor buscan regufio en ese vacío”, declaró mas tarde la psícologa. Eso fue lo que mas hubo: silencio solo interrumpido por la caída involuntaria de algunos frascos de las manos de los jovenes agentes de la asociación  que recogían meticulosamente los contenedores de alimentos presumiblementes envenenados para la consumación del suicidio. 

 

Justo cuando el reloj marcaba las nueve de la noche, sonó el télefono en la casa del profesor Carlos Martín Ferrer, ubicada frente al mar en la ciudad de Telde, en la vecina isla de Gran Canaria. Al responder sabía por el identificador que la llamada la hacían desde el télefono de Patricia.



 

▬ ¿Martin, eres tú?▬preguntó una voz muy femenina casi sollozando▬, perdoname una y otra vez por abandonarte justo ahora, pero en estos momentos de mi vida necesito creer en algo.

martes, 29 de septiembre de 2009

Una experiencia de escritura creativa

Siguiendo un curso de creación literaria, desarrollé estos pequeños capitulos de ficción cuyo tema expongo a su consideración. Es bien conocido que muchos de los que escribimos aquí  no somos lo suficientemente leídos, llegando a ser un   ejercicio de preparación personal, por  lo que les adelanto de antemano mi agradecimiento por su participación.